Mi engreída Josselin

  Josselin siempre fue una niña muy cariñosa, constantemente le pedía abrazos su madre, y besos en la mejilla a mí, su padre. Quería jugar todos los días en el enorme jardín que tenemos, correteando con su faldita que hacía vaivén por el viento mientras ella imaginaba que podía volar, con su muñeca de trapo en un mano mientras decía “¡Vuela más alto!”. Su simpatía le causaba ternura a todos los adultos que la conocían, era como si quieran abrazarla hasta hacerla explotar. Desde pequeña tenía actitudes raras cuando se trataba de mí. Cuando llegaba a casa, ella siempre gritaba “¡Papi!” y venía corriendo a mí sin dejarme cerrar la puerta por completo. Quizás les parezca normal, pero lo raro llegaba cuando intentaba saludar a mi esposa con un beso en los labios y Josselin me interrumpía. Me jaloneaba y me decía “Cárgame papi cárgame” o a veces solo me decía “Ven te quiero mostrar algo que hice” e impedía que saludara a Beatriz, mi esposa. Cuando caminábamos los tres por la calle ta...

La vida de un asesino morboso

 


Tuve que contratar a un investigar privado para saber sobre la infidelidad de mi esposa. No le tomó mucho para darme una respuesta que, trágicamente, era un sí. Mi mujer me engañaba, desde hace muchos. No podía seguir aguantándolo, tenía que hacer algo al respecto, inmediatamente.

Un día le dije a mi esposa que llegaría tarde del trabajo, cosa que era mentira. Al llegar a casa más temprano de lo habitual, entré silenciosamente, cerrando la puerta de madrea con adornos de flores muy despacio. En toda la casa se escuchaba la canción “Fantasy” de Meiko Nakahara, era la canción favorita de mi esposa y mía.

Supe de inmediato que había un hombre en la casa con mi esposa. Había una corbata en el suelo a unos dos metros de la puerta principal, y no era mía. Caminé hacia la corbata para recogerla, luego caminé hacia la cocina. Dejé la corbata sobre la mesa y me dirigí hacia los cuchillos que estaban guardados en la alacena. Los miré con atención, uno por uno, hasta que decidí no usar un cuchillo, si no un machete que las cocineras en mi casa usan para partir los huesos de las reses con facilidad.

Tomo el machete y, con cierto temor, decido subir las escaleras con lentitud y muy enervado. Mientras las subía, me encontraba ropa en el suelo; una camisa, una blusa, una correa, un pantalón, falda, medias, zapatos, calzón. Al llegar a arriba, veo que la puerta del baño está abierta, de él sale un rastro de agua que se dirige al cuarto donde duermo con ella.

Me dirijo a la puerta con cautela y miedo, mi corazón empieza acelerar, mi sangra recorre mi cuerpo a la velocidad de la luz. Pongo mi mano sobre la puerta para empujarla con lentitud, sin rechinar, se va abriendo, dejándome ver el coito de mi esposa con un desconocido.

Lo primero que vi fue como mi esposa tenía las piernas abiertas y, en medio de ellas, a este tipo en particular. Su nombre es Mario. Nuestro amigo penetraba a mi esposa a lo salvaje, desde atrás veía su enorme espalda sudorosa, junto con su trasero subiendo y bajando. También veía su enorme pene penetra el coño de ella. Sus gemidos exasperantes arruinan la hermosa melodía de la canción, mientras que él jadeaba con brutalidad con cada embestida.

Quizás no fue el hecho de que me engañara lo que me hizo perder el control, quizás fue saber que la pasaba bien con otro hombre. Eso me hizo dar cuenta que el dinero no compra todo, lástima que lo aprendí de la peor manera.

Me les acerqué lentamente, lo cual pudo pasar porque estaba a las espaldas de Mario, y como ella estaba abajo, no podía verme. Alcé mi cuchillo para ganar velocidad, apuntando a la cabeza de Mario, y, justo en el momento que Meiko Nakahara canta el segundo coro de Fantasy, incrusto el machete en la cabeza de Mario.

Un chorro de sangre sale disparado, cayendo sobre mi cara y la cara de Lizet, mi esposa. Ella grita descontroladamente. Mario cae a un costado de la cama junto a Lizet, con el machete incrustado en su cráneo. Lizet me ve aterrorizada, parado, al pie de la cama.

 Rápidamente me tiro sobre ella para taparle la boca con las sábanas de la cama. Ella trataba de salir corriendo, pero la atrapo por las muñecas con una mano, mientras la otra llevo la sábana de seda fina hacia su boca. Ella se resiste, pero yo soy más fuerte.

Con la sábana en su boca, metida bruscamente, llevo sus manos hacia la cabecera de la cama y las amarro con la sábana con la que nos tapamos al dormir. Apreté fuerte ese nudo, al punto de que sus manos empezaban a ponerse rojas. Con la funda de la almohada, terminé de taparle la boca, haciendo un nudo por detrás de su cabeza con esta.

Ella lloraba, pero no se escuchaba. Lo cierto es que mi esposa está buena, en parte comprendo a Mario, una mujer con esas tetas y ese enorme culo es muy deseable. Incluso yo, teniéndola en estas circunstancias, me provoca echarme un último polvo.

A pesar de que siempre la seducía para coger con ella, me rechazaba después de dos años de casados. Ahora que no tengo que seducirla, y después de no haber cogido durante un año por serle fiel, creo que llegó la hora de desfogarme.

Me quité la ropa con rapidez mientras lloraba en la cama, suplicando que la liberara. El estar desnudo, subo a la cama y le abro las piernas para comenzar a cogerla. Ella se resiste, intentando patearme, pero logro ponerme entre sus piernas. Escupo en mi mano y lubrico mi verga erecta con este. Agarro mi verga y la meto en su coño con brutalidad, haciendo que grite de dolor, haciendo que llore.

Cuando comencé a cogérmela, la canción cambia a “Dance in the Memories” de Nakahara. Mientras la canción corre, voy sintiendo la humedad en su vagina con mi verga, resbalando dentro de ella, entre sus lamentos y lloriqueos. Soy brusco con las embestidas, haciendo que sus tetas se muevan con rapidez de arriba abajo, haciendo que su cabello de despeine aun más de lo que ya estaba.

Mientras la penetro, voy ahorcándola a la par que le meto cachetas, diciendo “esto te gusta zorra” con sus lágrimas cayendo por sus cienes. La agarro del cabello y hago que voltee para ver el cadáver de su amante, quien mancha la cama con su sangre, botándola por la nariz, por uno de sus ojos, y en la parte en donde le cayó el machetazo.

 -¡Esto es lo que causas zorra! ¡todo esto es por ti! – le digo teniendo una mano en su garganta.

Mientras ella sollozaba, la volteo, haciendo que sus manos queden cruzadas por tenerla amarrada. Le alzo el culo mientras su cara queda contra la cama, le doy dos nalgadas fuertes, al punto de dejar la marca de mi mano en ellas, y la comienzo a embestir así.

Gritaba de dolor, gritaba por la situación, gritando perdón por haberlo hecho.

-¡CALLATE! – grito.

Mientras la tengo en cuatro, penetrándola, voy abriendo sus nalgas y viendo su ano. En ese momento recordé que nuca pude hacerle un anal, y este era mi momento. Empecé a escupir en su ano, sobándolo con mi dedo pulgar e intentando meterlo para abrírselo un poco.

Sin éxito alguno, me desespero, y saco mi pene de su coño para intentar meterlo en su ano. Al estar mi pene lleno de sus flujos, todo baboso, este va abriendo poco a poco su ano. Va entrando a medida que lo empujo, ella grita de dolor, bajando el culo para evitar que lo haga. Eso hace que la cabeza entre, y una vez dentro, solo es cuestión de empujar.

Empecé a bombearla lentamente, podía sentir como apretaba el culo por el dolor que le provocaba, pero no podía hacer nada, era mía, estaba indefensa. Gritaba de dolor, empuñando sus manos y cerrando sus ojos con fuerza para no pensar en ello.

Aceleré la embestida a medida que sentía que me vendría. Estaba apunto de venir en su culo. Para hacerlo mejor, tiré de su pelo haciendo que su espalda se arquee, mientras llevaba una de mis manos a enormes pechos, para apretarla y excitarme más.

Le di embestidas bruscas, haciendo que mi pene explote dentro de su culo. Cuatro borbotones de semen dejé dentro, haciendo que me canse, y me quede relajado, junto al zolloceo de Lizet.

Me paré de la cama, quitando mi pene de su culo, haciendo que caigan tiritas de semen al suelo. Ella se quedó llorando sobre la cama, cansada, maltratada, intentando liberarse. Me limpié el semen y me cambié sin prisa alguna.

En un momento fugaz, recordé que, debajo de la mesita de noche, dejé una botella de Whisky. Al estar vestido, la tomo, destapándola y bebiendo del pico por al cansancio. Luego la dejo sobre la mesa y saco unos cigarros que tenía en el bolcillo de la camisa junto con un encendedor. Prendo el cigarro, y lo fumo mientras ella se trata de liberar.

Me relajo un poco fumando ese cigarro, meditando lo que pasó, lo que pasa y lo que pasará. Ya teniendo el cigarro por la mitad, ideo mi plan. Decidido a cometer una locura, agarro la botella y doy un último sorbo, para luego empezar a derramarla sobre la cama y el cuerpo de Lizet.

Al caer en su cuerpo, se espanta, haciendo que se estremezca y grite como loca. Derramo lo que queda en la botella, mojando gran parte de la cama y su cuerpo. No lo derramé cerca de la cabecera de cama porque eso incendiaría los nudos en las manos, haciendo que escape con solamente quemaduras grabes. Mi objetivo es su muerte.

Doy una última calada al cigarro, y, mientras boto el humo, tiro el cigarro sobre la cama, haciendo que se incendie rápidamente, haciendo que grite con desesperación e intente revolcarse sobre la cama. Veo el cuerpo de Mario arder junto a Lizet quien grita con desesperación.

Quería quedarme a ver su sufrimiento, pero sus gritos son exageradamente exasperantes. Así que salgo mientras un incendio comienza en el cuarto. Bajo las escaleras mientras voy encendiendo otro cigarro, viendo la ropa de Lizet y Mario en las escaleras.

Al bajar, voy a la cocina y saco unas velas que estaban en uno de los gabinetes. Me voy a la sala y las prendo, dejándolas clavadas sobre la mesa con la misma cera caliente. Regreso a la cocina y abro las hornillas de la cocina para dejar escapar el gas. Me alejo rápidamente, yendo hacia la sala otra vez, prendiendo las cortinas, muebles, todo lo que sea de tela con el encendedor. Con mucha prisa, salgo por la puerta principal, dirigiéndome al mi carro y entrando.

Enciendo el carro mientras aun me sigo fumando el cigarro, haciendo que la radio se encienda automáticamente con la canción “Stay with me” de Miki Matsubara, y arranco. Sin ninguna prisa, viendo las luces de los postes pasar por el parabrisas, viendo la luna brillar sobre mi cara.

Salgo a la autopista para alejarme de la ciudad, y mientras fumaba, escuchaba a Matsubara y conducía, decido escapar del país. Alejarme de mi acodada vida, salir de mi zona confort para no regresar nunca. Esta vida me aburría, la detestaba, era hora de ser libre, de ser errante.

Esa misma noche, mi vida cambió para siempre.

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