Mi engreída Josselin

  Josselin siempre fue una niña muy cariñosa, constantemente le pedía abrazos su madre, y besos en la mejilla a mí, su padre. Quería jugar todos los días en el enorme jardín que tenemos, correteando con su faldita que hacía vaivén por el viento mientras ella imaginaba que podía volar, con su muñeca de trapo en un mano mientras decía “¡Vuela más alto!”. Su simpatía le causaba ternura a todos los adultos que la conocían, era como si quieran abrazarla hasta hacerla explotar. Desde pequeña tenía actitudes raras cuando se trataba de mí. Cuando llegaba a casa, ella siempre gritaba “¡Papi!” y venía corriendo a mí sin dejarme cerrar la puerta por completo. Quizás les parezca normal, pero lo raro llegaba cuando intentaba saludar a mi esposa con un beso en los labios y Josselin me interrumpía. Me jaloneaba y me decía “Cárgame papi cárgame” o a veces solo me decía “Ven te quiero mostrar algo que hice” e impedía que saludara a Beatriz, mi esposa. Cuando caminábamos los tres por la calle ta...

Confesión de una universitaria



Les voy a contar algo que me pasó hace un par de años. Hace un par de años, para celebrar el fin del periodo de exámenes, con mi grupo de estudio de la universidad decidimos ir a cenar y luego a un bar por unos tragos. 

Durante esa semana, todos habíamos rendido algo, y el estrés era palpable. 

Yo había rendido por la mañana, y ya me había relajado bastante pero seguía estresada; las sesiones diarias con mi vibrador no fueron suficientes para regular mi estado de ánimo, así que esta salida sería la ocasión ideal para liberarme un poco y tal vez llevar a alguien a casa. 

Durante la cena reímos demasiado, una de mis amigas casi se orina encima, apenas hicimos sobremesa, queríamos ir a un bar a beber todo lo que no habíamos bebido en semanas.

 Luego de la primera ronda de tragos, mi vejiga estaba que explotaba. Le avisé a una de mis amigas que iba a ir al baño y ella se ofreció a acompañarme, pero vi que estaban trayendo la segunda ronda; le dije que mejor se quedara a disfrutarlo, antes de que alguien más aproveche la ocasión y se beba su trago, le hice un guiño y me fui. 



Estaba a punto de salir del pequeño cubículo del centro, por suerte el baño estaba vacío y tranquilo. Le escribí un mensaje a un chico con el que solía tener sexo casual, pero me entretuve pensando si era una buena idea  o no. Ese chico era una bomba, sexy, amable, divertido y cogía como los dioses, pero cada vez que se venía hacia algo que me sacaba de quicio; solía sacar la lengua por el lado derecho de su boca, y entrecerraba los ojos, no sabía si estaba por correrse o enhebrando una aguja.

. Estaba a punto de mandar el mensaje cuando escuche la puerta del baño abrirse, acompañada de pasos y voces, y… ¿besos?

Entreabrí la puerta de mi cubículo. Por la pequeña rendija pude ver a una mujer como de mi edad, con el cabello negro largo, piel aceitunada y un ajustado vestido negro. Y tomándola por la cintura, devorando su boca, un hombre bastante alto y fornido. 

Él la sujetaba de la cintura y la pegaba a su cuerpo. Ella se colgaba de su cuello, incitándolo a que la bese aún más.

Mientras tanto, yo estaba encerrada en el pequeño cubículo, con mi bolso en el regazo, pensando en cómo podía salir de ahí dignamente y sin interrumpir a la pareja, hasta que unos suaves gemidos interrumpieron el hilo de mis pensamiento. Volví a espiar y pude ver que ahora ella estaba sentada en el mármol negro con vetas blancas de los lavabos, mientras él la penetraba intensamente. 

Con sus piernas entrelazadas en la espalda de él, los tacones azules como de charol que llevaba puestos ella se chocaban con cada investida. 

Con la cabeza apoyada contra el mármol, la espalda de la chica se arqueaba. Él tomó la parte de arriba del vestido strapless y lo bajó. Los pechos de la mujer saltaron. El tono de su piel era uniforme, sin partes bronceadas ni blancas, de seguro se asoleaba desnuda. Tengo que admitir que ver el reflejo de sus senos rebotando y sus manos aferrándose firmemente al borde de la mesada era excitante.


Suavemente volví a cerrar la puerta. Estaba un tanto incómoda con la situación pero también estaba un tanto excitada. Le envié un mensaje a mi amiga contándole lo que estaba sucediendo , primero no me creyó, pero cuando le envié un audio de los gemidos de la pareja se ofreció inmediatamente a venir a rescatarme, aunque creo que fue más para ver al ejemplar que hacía gemir así a una mujer que por ayudarme. 

Lo considere un memento, pero le dije que no, ya era bochornoso tener que estar ahí, ni hablar que mi amiga fuera rescatarme y se quedara babeando ante los amantes.


En algún momento los gemidos se habían detenido. Al mirar fuera, vi que él estaba recargado en contra el lavabo, y ella, con el vestido subido hasta su cintura dejando ver su enormes nalgas, estaba de cuclillas con las piernas abiertas. mamándosela.


Al fin pude verlo por completo, su camisa negra estaba desprendida hasta la mitad, sus abdominales estaban perlados de sudor, no recuerdo como era su rostro pero recuerdo era uno de los hombres más atractivos que he visto.


Desde donde estaba no podía ver cómo le chupaba el pene, pero lo escuchaba, podía oír cuando succionaba, cuando lo metía y sacaba, escuchaba los gemidos de ella ahogados por el miembro en su boca y también las arcadas que le producía. Su cara de placer denotaba lo buena que era en el sexo oral esa mujer. Sujetó su cabello pero no movía la cabeza de ella, el solo lo sostenía para ver su cara. Y sus gemidos, los gemidos de los hombres siempre nos excitan, pero esos gemidos y esa mirada lograron que mis bragas se humedecieran.

Con cuidado y en silencio, separe mis piernas, hice a un lado mis bragas, con mis dedos acaricie  mis húmedos labios,   introduje un poco uno de mis dedos, mis fluidos volvieron resbalosa mi vagina, que ya estaba caliente. Acaricié mi clítoris en suaves círculos, mi cuerpo se tensó un poco. 

A medida que ella se la chupaba cada vez más rápido, mi dedo entraba y salía imitando el ritmo de los amantes. Cuando estaba a punto de venirme, metí un segundo dedo. La pareja cambió de posición, ella estaba inclinada contra los lavabos, sus senos se aplastaban contra el frío mármol, él la tomó por los brazos y empezó a penetrarla desde atrás. Mis dedos entraban y salían cada vez más rápido mientras mi palma masajeaba mi clítoris. Pronto llegué al orgasmo. Mi respiración estaba tan agitada como si hubiera estado corriendo por horas, y mi tanga estaba completamente mojada. Pensé en sacármelas pero cuando escuche que los gemidos de la chica se estaban convirtiendo en gritos, decidí que ya no podía seguir ahí.

Me limpié tan discretamente como pude, tomé valor, y salí. 

Con la cabeza tan alta mi cuello me dejaba, atravesé el baño hasta los lavabos, intentando ignorarlos, simulando que nada de extraordinario había en la situación. 

A medida que avanzaba, pude notar que él no me quitaba la mirada de encima. Me detuve junto a ellos y lavé mis manos. La espuma de mis manos me hizo pensar en cómo se vería ese hombre enjabonado, eso me hizo sonrojar y levanté la vista de golpe, él seguía mirándome fijamente a través del espejo.

Lo miré,  me devolvió una lasciva mirada. Mis mejillas se tiñeron de rojo y un fuerte calor creció en mi bajo vientre. Su mirada me recorrió de arriba abajo, sentí que me desnudaba con la mirada. Con esas miradas logro que mi clítoris se endureciera. Sentí esa molestia en mis bajos, y solo había una forma de hacer que se desapareciera.


Él me extendió una mano, titubeé un poco, pero la tomé. Me atrajo hacia sí, llevo su mano a mi trasero y lo sujeto firmemente. 

Él continuaba dentro de la chica, me veía a los ojos mientras le metía el pene por completo a la chica. Una descarga los recorrió a ambos. Él había acabado en ella.

Sacó su pene, era grueso y venoso, aún seguía erecto, y rebotaba por el movimiento. La chica se irguió y acomodó su vestido; se miró al espejo, arregló su cabello y maquillaje. 

Él me atrapo entre sus brazos, agarrándome de la cintura, y mirándome seductoramente. Ella lo beso en la mejilla, me guiño un ojo y se marchó.


Su pene se rozaba contra mi falda, de seguro la mojó con sus fluidos, no lo recuerdo, pero si recuerdo la sensación de su enorme glande. 

Sin decir nada, levantó mi falda, y rozó su pene contra mi vagina. Paso su mano por mi s bragas, sonrió al notar lo mojada que estaba, las bajó. 

Ágilmente me levantó, sus grandes manos afirmaron mis nalgas. Instintivamente, envolví su cintura con mis piernas, y su cuello con mis manos.

El soltó una de mis nalgas y sin despegar su mirada de mí, agarró su pene y lo sobo contra mi entrada. Ya estaba muy mojada, su pene entraría muy bien en mí.


Metió su pene en mí. Estaba duro y caliente. Me aferré a sus hombros y él empezó a cogerme, me hacía subir y bajar, apenas pude desabrochar algunos botones de mi camisa. Él no tardó en mirar mis senos rebotar. 

Ese día había elegido un sostén que se abría por delante, así que fue muy simple desabrocharlo. Mis tetas saltaron y él se potenció. Empezó a darme más duro, yo no contenía mis gemidos, estaba completamente abstraída. 

Su pene me estaba llenando por completo, los dedos de mis pies se enroscaron. Él atrapo mis labios en un dulce mordisco, metió su lengua en mi boca avivando el fuego de mi interior.  

Me puso contra la pared, empezó a cogerme más rápido. Más rápido. Su pene entraba y salía de mi muy rápido. Los músculos de mi cuerpo se tensaron, llegue al orgasmo más de mi vida, seguido de la deliciosa sensación de su leche caliente en mí interior. 


Sacó su pene de mí, se limpió, me dio un suave beso en los labios, volteo, levanto mi tanga del suelo y lo dejo junto a mi bolso. Luego salió del baño, dejándome ahí, con su semen escurriendo de mi vagina, mis piernas temblando y mi respiración agitada.

Me limpie, arreglé mi ropa, maquillaje y cabello. Tomé mi húmeda tanga y la metí en mi bolso. Suspire viendo mi reflejo, y salí del baño como si nada hubiera sucedido. Nunca le conté a nadie sobre ese desconocido y el mejor sexo de mi vida.


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